Abstract:
os personajes de Wladimir Chávez se mueven por geografías cambiantes que acaban teniendo la coherencia de aquellos territorios que inventaban los escritores de generaciones menos sometidas al desierto. La Santa María de Chávez, su Macondo, su Comala, está unas veces en Nueva York, y otras en Quito, o en Oslo: en cada una de sus historias las personas viven en una transitoriedad semejante, en una dislocación que no es el espacio intermedio entre dos destinos –la partida, la llegada- sino una condición que se percibe, sin drama, como duradera y hasta definitiva. Es un mundo de apartamentos compartidos, de sofás ocupados por inquilinos temporales, de viajes en busca de promesas que no acaban de cumplirse, de encuentros amorosos en los que aparte del deseo lo único que parece seguro es la inminencia de la ruptura o de la pérdida. Nada es nunca seguro y nadie adquiere otro arraigo que no sea el de la nostalgia: una escritura nerviosa, desapegada, sin énfasis, se corresponde con las idas y venidas de estos seres en tránsito en los que reconocemos a nuestros semejantes: en las que nos vemos retratados a nosotros mismos.