Las protestas de octubre de 2019 bien pudieron ser parte de un proceso premeditado por parte de un grupo interesado en la desestabilización institucional, concepto ilustrado para referir a los muy recurrentes y criollos golpes de Estado, en nuestra vida política. Tenía las mismas facturas desde muchos aspectos, además de una duración y una violencia nunca vistas. Con menos esfuerzo y en menos tiempo hemos visto caer a Bucaram, Mahuad, Gutiérrez. La amenaza de posible violencia escalada hacia el pueblo ha sido en nuestro país el pretexto, la chispa, que casi siempre encendió el dispositivo de poder que echó a andar la ceremonia de salida apresurada del presidente de turno, por la puerta de atrás del palacio presidencial, cuando no por las terrazas y a vuelo de helicóptero. Sin embargo, no lo podemos saber aún, en esta última aventura, faltaron dos ingredientes ineludibles en situaciones similares: la conexión militar (sea como parte o en son de su propia estrategia) y la voluntad de la ciudadanía para sumarse. No escasearon las convocatorias a los primeros para su concurrencia, por supuesto. Hemos comprobado una vez más, que, sin su toque, simplemente la ceremonia de recambio político por la fuerza no avanza. La otra parte, la ciudadanía, estaba demasiado aterrorizada como para pensar que la oportunidad era loable. En este Boletín, se exploran algunos elementos del comportamiento militar frente a estas coyunturas, en el marco de los estudios sobre la conducción política de las Fuerzas Armadas, que en una democracia debiera ser una materia estudiada o por lo menos tenida en cuenta por los decisores políticos.