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Los hechos proporcionan evidencias acerca de las violencias provocadas frente a los megaeventos deportivos organizados en países con altos índices de desigualdad social. Ha sucedido con ocasión de citas deportivas mundiales como las olimpiadas o los torneos de fútbol -México 1968, Grecia 2004, Sudáfrica 2010-. Lo que pasa en Brasil 2014 es un ejemplo más; pero esta vez concurren nuevos y más inquietantes factores. Brasil es un país donde la pasión por el fútbol se vive todos los días en cada poro de la población. El país ha remontado con éxito en los últimos años, una situación de pobreza crítica y es ya uno de los actores globales más importantes en todos los aspectos. Los ingredientes de contestación social, violencia e inseguridad, con la correspondiente represión desmesurada por parte de las fuerzas del Estado, en torno a la Copa Confederaciones del 2013 y al Mundial de Fútbol 2014, han sobrepasado las peores predicciones y no tienen visos de aminorar, entrados en la segunda fase del torneo. Uno de los nuevos elementos es sin duda, el aspecto mundializado de las protestas. Los “indignados” ya es un nombre genérico de los que levantan su voz en todo el planeta frente a un sistema global que muestra sus ansias desmesuradas de concentración de riqueza a costa de menguar hasta los límites las condiciones de vida de las mayorías. La voracidad del sistema financiero global ha tocado aspectos de extrema sensibilidad humana. Recursos alimenticios básicos se cotizan como futuros en las bolsas de valores mientras extensas poblaciones en África se mueren de hambre. El fútbol, del cual gozan los pobres hasta en los más pequeños pueblos del mundo, está hoy en manos de una enorme multinacional –sin fines de lucro que impone severas condiciones a los estados que resultan ganadores de las sedes. Construir estadios que no serán usados o difícilmente mantenidos en el futuro, es visto por los ciudadanos como un desperdicio por el costo en materiales y el contraste con los deficientes servicios sociales de los que la gente dispone. La utilización política de la pasión por el fútbol ha indignado a la gente.