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Los recientes eventos, ocurridos en lo que va del año, en Haití -12 de enero- y Chile -27 de febrero han puesto en primer plano la discusión sobre las misiones militares en auxilio de poblaciones que sufren embates inesperados de la naturaleza. Las imágenes transmitidas por Internet de poblaciones desesperadas, familias desoladas ante la pérdida de sus seres queridos y sus bienes materiales en pocos segundos, han sido -salvando las diferencias entre los dos casos- igual de impactantes. El mundo pudo constatar los problemas de distribución y de organización para cumplir en forma inmediata con las tareas de alivio y auxilio. Frente a estos eventos catastróficos la población se ve prácticamente inerme, reducida a su más mínima expresión, donde las normas más simples de la civilización -el pacto social- retroceden ante la urgente necesidad de sobrevivir. Tanto en Haití, país en extrema pobreza y carente de gobierno, como en Chile, país con una de las más fuertes economías de América Latina y que desde hace 20 años logró remontar una dictadura militar, la indefensión civil fue semejante. En ambas partes la gente vagaba desconcertada o defendía sus pocas pertenencias con garrote en mano. En tales casos es necesario contar con estructuras de acción rápida que funcionen según una planificación prevista activada aceleradamente por parte del poder ejecutivo.