Abstract:
La pandemia del SARS-CoV2, por la enfermedad del coronavirus 2019 (COVID-19), genera uno de los más grandes desafíos de la historia (PUCE-IIE, 2020). Los efectos de la paralización de la economía, necesaria para detener la curva de contagio, constituyen la mayor recesión económica desde la “Segunda Guerra Mundial” con una caída estimada del PIB del 5,2% a nivel global (World Bank, 2020). La crisis económica que se enfrenta se genera tanto por contracción en la oferta como en la demanda, debido a que “la oferta agregada de bienes y servicios finales disminuye a medida que la producción se reduce por enfermedades, distanciamiento social, restricciones de movilidad, y la interrupción de las cadenas de suministro de insumos” (Addison, Sen, & Tarp, 2020, pág. 20). Por otro lado, la demanda agregada se contrae a medida que se deterioran los ingresos afectando la capacidad de consumo de los hogares. Adicionalmente, “para economías pequeñas y abiertas el impacto de la demanda externa es mayor que para las grandes economías con una menor participación del comercio en el PIB” (Addison, Sen, & Tarp, 2020, págs. 20-21). La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que la crisis afecta a casi 2.700 millones de trabajadores (81% de la población activa mundial) tanto por el riesgo de pérdida de su empleo como por la inminente reducción de ingresos en el caso de trabajadores desprotegidos y vulnerables de la economía informal (ONU, 2020). Adicionalmente, se estima que entre40 y 60 millones de personas caigan en situación de pobreza extrema este año, la pérdida de horas de trabajo equivalentes a 195 millones de empleos, y que 135 millones de personas enfrenten hambruna mientras otros 130 millones están en riesgo de inanición (PNUD, 2020).